
La cúspide sonora del silencio se hacía escuchar en la ciudad.
Las herraduras de las patas de los caballos golpeaban los adoquines humedecidos por la llovizna.
Los vidrios empañados de las ventanas, por la respiración de Ana y Juan que se disfrutaban de su piel en cada roce, en sus besos y en ese cabalgar sincronizado por la pasión. Que los elevaba dentro de una burbuja de amor.
Lejanas sonaban las campanas de la iglesia, a las seis de la madrugada, mientras tu no estás.
