
De orejas puntiagudas y ataviado con ropaje de brillantes colores, el duende Ateneo, hecho un manojillo de nervios, andaba inmerso en la organización de la Fiesta Mayor del Reino de Sevilla, como de costumbre.
A pesar de su baja estatura, podías encontrarlo allá en lo alto de los Tronos de sus Majestades de Oriente, escalando con gran soltura y desde allí contemplar con detalle cualquier contratiempo, cual guardián de la Navidad.
Cuando todo daba comienzo, justo la primera carroza que abría paso junto a la comitiva, entre beduinos, pajes a caballo y bandas de música, la Estrella de la Ilusión no brillaba como tal. Ateneo se percató al instante e hizo de las suyas, dando el toque necesario de luz para que nuestraEstrella resplandeciera generosa y arrancara satisfecha su recorrido por el Reino.
Ateneo tenía ese peculiar don. Cerraba sus ojos, sacudía con arte su diminuta figura y como si de una especie de magia se tratara, pedacitos de ilusión se desprendían de su cuerpecito, minúsculos, apenas se podían apreciar. Entonces alzaban el vuelo para acoplarse allá donde hiciera falta. Siempre decía que la ilusión era esa última pieza del puzle que hacía que todo encajara.
Buceó en el fondo marino de la carroza Antártida,entre peces y algas que jugueteaban entre griegas columnas. Pasó lista en el colegio de enfermería, todos presentes para curar a ese corazón malherido que a pesar de todo desprendía una gran positividad.
Llopis, la cuba verde de reciclaje, deambularía por el reino, entre callejuelas, cuidando de la madre naturaleza, esa que nos da tanto, la misma que nosotros en ocasiones descuidamos. Pero Ateneo sabía que hoy no era día de reproches, hoy era día de celebrar y mirar a un futuro saludable. Aunque para saludable, aquellas vistas espectaculares de nuestra Giralda que soportabagustosamente esa pata de jamón y su poquito de verduras. ¡Si es que era para comérsela!
Ateneo se colaba por momentos en el reino mágicode Cascanueces, desfilaba entre el ejército de soldaditos, sin despuntar, cogiendo el ritmo, junto al Palacio de Mazapán, entre abetos y bolas de navidad, a sabiendas que su propio reino, el de Sevilla, impaciente le esperaba.
Contó con esmero, el colorido plumaje del pavo real en la carroza del Gran Visir. A veces se despistaba en el Parque María Luisa entre glorietas y jardines. Ateneo lo buscaba en la isleta de los pájaros, a sabiendas que no fallaría, allí quedaba siempre alguna que otra pluma. Y lo animaba a volver, llegando a tiempo, entre lluvia de caramelos.
Con Zipi y Zape, los niños revoltosos del cómic, encontró un poquito de diversión. Quería formar parte de alguna de sus travesuras y reir a piernas sueltas, de esta forma se relajaría un poco, dejando atrás la tensión de que todo saliera bien.
Y así fue. Una vez más, como el duende Ateneo, acompañó a sus Majestades los Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar, desde Sevilla al mundo, derrochando ilusión a doquier, cumpliendo una vez más su cometido.¡Oh Ateneo!
