Tal día como hoy, hace justo un año, me fui al trabajo con una sensación de miedo dentro del bolso. Me maquillé como cualquier otro día, me puse el uniforme y me paré a tomar el café en el bar de siempre, en mi otra casa, donde todos formamos una familia, mi Rosita, mi Paco, mi Jose…. Qué ambiente más extraño, unos decían una cosa, otros pensaban la contraria, las quinielas y las apuestas estaban en cada reunión, ya escasa, que quedaba de amigos en las calles.
Y allí íbamos un día más, ese día me sentí vulnerable, incapaz de asimilar lo que se venía diciendo hacía unos días; cierre de comunidades, cierres de negocios, de colegios, contagios, toques de queda, estados de alarma… pero qué le estaba pasando al mundo??? No fui capaz de hacerme a la idea de lo que se nos estaba viniendo encima.
Bajo los focos de mi lugar de trabajo, sólo los trabajadores que, como yo, esperábamos noticias. El teléfono no paró de sonar en toda la tarde, al otro lado la voz angustiada de los familiares de compañeras, de nuestra propia familia… las noticias dicen, el Gobierno habla, se ha cerrado Valencia, Madrid, y el corazón en un puño.
Echando la vista atrás creo que aún no sé cómo analizar ni cómo expresarme para contar lo que pasaba por mi cabeza. Por un lado creía que exageraban, pero cuando miraba a mi alrededor y veía largos pasillos sin clientes, la seriedad de las compañeras, el ambiente enrarecido…. Ni siquiera nos atrevíamos a hablar entre nosotras, era una sensación de miedo, de inestabilidad, incertidumbre, incredulidad… ¿De verdad estaba pasando todo eso?
Salí a las 21 de la noche y me tomé la última cerveza con mi pareja, ninguno sabíamos que esa sería la última vez que íbamos a vernos en muchos meses. Era sábado, jamás lo olvidaré. El silencio de la noche era abrumador, los bares cerrados, la gente en sus casas con el sonido de fondo del telediario. Aún no tenía claro qué estaba pasando ni qué iba a pasar, me fui pensando en volver el Lunes, pero ese Lunes nunca llegó.
Hace un año que comenzó esta pesadilla que se ha llevado la vida de muchos seres humanos, mayores, jóvenes, niños. En esta ocasión una pandemia no entendía de dinero, de raza ni de estatus social. Los fallecidos se contaban por miles cada día en nuestro País, era desolador, y a la vez creo que fue la vez que, estando lejos, más unidos hemos estado los seres humanos.
Cuando abrías la ventana sólo se escuchaba silencio, olor a lejía en las calles desinfectadas. Únicamente se podía salir para comprar productos esenciales….Eran como las colas del hambre… Las veces que salí al supermercado a comprar para casa, observaba a la gente con las mascarillas, ni siquiera nos mirábamos, nadie sonreía, nadie hablaba. Éramos como autómatas, pensé en más de una ocasión que así o algo parecido habría ocurrido en la postguerra. Era una tristeza tal que sentía que no pasaban los minutos, ni las horas…todo se hacía eterno en esos días de la marmota interminables.
Salíamos a aplaudir a los sanitarios desde los balcones y las azoteas, y ahí sí se respiraba emoción en la gente, nos mirábamos sin decirnos nada, sólo aplaudíamos y algunos llorábamos.Los niños nos dieron una lección a todos descomunal. Sacaron adelante un curso en formato on line, no pedían salir a la calle, ni jugar en los parques, se habían olvidado de los balones de fútbol y de sudar corriendo en la plaza del barrio, ellos lo asumieron y lo interiorizaron de una manera tan espléndida que enseñaron a muchos a no quejarse.
Fueron meses de encierro, meses que dieron para mucho. Las videollamadas eran nuestro contacto social, el único que tenía cabida en este nuevo mundo que se abría ante nuestros ojos, a través de una pantalla de móvil o de ordenador, veíamos a los amigos, a los familiares, a nuestras parejas, hacíamos quedadas para brindar y hasta nos maquillábamos con el pijama puesto para salir presentables. Era el momento de la broma, de preguntar, de los abrazos virtuales, era el momento de volver a sentirnos como un día fuimos.
Ahora, después de un año sin dar todos los besos que querría, todos los abrazos que desearía, todos los achuchones que debía, después de un año en ERTE, con miedo, con desidia, con la esperanza perdida en muchas ocasiones, pienso en cuál es la lección que hemos aprendido… y desgraciadamente creo que no ha sido ninguna. No hemos aprendido nada. El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, y nosotros tropezaremos hasta hacernos polvo de tanto caernos.
Pensamos que nos están acallando, que nos amordazan, que los fallecidos son una falacia, que las vacunas son para controlarnos, que las mascarillas es una forma de opresión, que nos están quitando la libertad. Pensamos que es todo un complot de los dirigentes políticos, que es todo mentira… Pero que le pregunten a esas madres que han perdido a sus hijos, a esos hijos que han perdido a sus padres, que les pregunten a los sanitarios de los Hospitales, a los empleados de supermercados que pasaron miedo al entrar por las `puertas de su casa, sin saber si llevarían a cuestas el maldito bicho e infectarían a sus hijos. Que sigan preguntando a los barrenderos, los farmacéuticos, los mecánicos, empleados de gasolineras si ellos no pasaron miedo, que esto es todo una mentira para dominar el mundo y a la humanidad.
He escuchado todo tipo de teorías en torno al Coronavirus, tengo la mía propia como creo que todos de alguna forma la llevamos en la cabeza, pero la inconsciencia que se está viviendo por una parte importante de la población no la puedo entender.
No sólo es culpa de la juventud, como dicen algunos, que también, sino que es responsabilidad de todos. Por desgracia no somos máquinas a los que se les da una orden y la acatan y ejecutan sin rechistar, cometemos errores, todos, absolutamente todos, pero algunas veces determinados errores me parecen una tomadura de pelo.
Al igual que muchas personas llevo un año sin trabajar, rezando cada mes para que no haya ningún problema y se alineen los astros para poder cobrar la miseria que estoy cobrando, y encima restándome meses de un paro que he conseguido a base de trabajar duro muchos años, y cuando veo las fiestas ilegales, personas que se lucran de alquilar clandestinamente lugares donde celebrar fiestas con más de cincuenta personas, botellones, extranjeros sin mascarillas, protocolos de risa en los hospitales, y lo digo con conocimiento de causa, cuando veo que hay gente que muere no sólo por COVID, sino por cáncer, porque no tenía covid, por infartos porque no tenían covid, por ictus porque no tenían covid, me pongo las manos en la cabeza. Cuando veo la deshumanización de los humanos, los artistas, que tanta influencia tienen sobre el público, llamándose negacionistas, dirigentes políticos que le dicen a sus gentes que beban lejía, que el virus no existe, que es mentira, como si fuera un semi Dios, me da mucha vergüenza sentirme parte de este mundo. Me niego a creer que no somos más inteligentes, que la Tierra nos hablaba mientras nadie más lo hacía, y aún así no la escuchamos, me niego a pensar que esto es todo lo que podemos aportar a la humanidad, a las generaciones venideras, me niego a aceptar que este es el mundo que le espera a mi hijo y los hijos de mi hijo. No puedo aceptar esta impasividad, este pasotismo exacerbado… Un año luchando contra un enemigo invisible, porque no hay más ciego, dicen, que el que no quiere ver.
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