Saliste a ronear por Sevilla, en tiempos de Navidad. Nunca dejarás de sorprenderme. Si bonita te veo en primavera, llega el invierno para descolocarme, ante la magia de estas fiestas, donde revolotea la ilusión y afloran recuerdos de la niñez.
Aún añoro aquella infancia, donde unos niños de corta edad, se arremolinaban a las puertas de Santa Ana, y te esperaban ansiosos para gritarte ¡guapa! Mientras, saludabas emocionada, encomendándote a la Catedral de Triana.
La timidez no me dejaba gritar más alto tu nombre. Te susurraba y con eso me bastaba. Una emoción contenida se acomodaba junto aquella algarabía. Para guardar silencio justo a tu paso y contemplarte, y tocar tus varales, y rozar tu manto, y escuchar pura poesía del capataz, y sentir el dolor de aquellos costaleros, cuando en una levantá, tu palio se alzaba al cielo para finalmente posarse ante una dolorida cerviz, siempre dispuestos entre aquellas trabajaderas.
Una estampa memorable nos regaló tu extraordinaria salida. La fragilidad de la mirada del Cachorro frente a las hechuras del Gran Poder, a escasos metros, impactante sin duda. Y sin apenas moverte, en el mismo espacio de Gloria, ambas Esperanzas encontraban consuelo en su pesar. Hablaron largo y tendido. Algo que entre Ellas quedará, cual divino secreto, hasta el próximo encuentro.
Pero había que volver a casa y perderse por Triana. Es entonces donde me encuentro en la tesitura de elegir un lugar concreto, ¡pero cuál! Todos son válidos, todos con encanto, todos singulares. Y la propia calle Castilla fue a mi encuentro, dejándome llevar. Allí te esperé con calma, a sabiendas que esta vez no tardarías. Aún así, el corazón se aceleraba ante tu espera.
Y qué despacito caminabas. Toda una bendición tu lento caminar…
De pronto decides descansar y me regalas en esos minutos tanto y tanto. Unos platillos anuncian los sones de una marcha celestial, “Mi amargura”. La música y su armonía me sobrecogen, se hace el silencio, los flecos de tu bambalina resuenan al unísono al compás de tus pasos, linda melodía que roza el mismo cielo.
Una sentida lágrima cae sin más en el viejo arrabal…