
En algún lugar, en un futuro no tan lejano, ella camina por una ciudad que todavía huele a novedad, a reinvención. La gente, aunque distraída, la observa sin ver realmente, porque su presencia es tan serena, tan palpable en su quietud, que se hace difícil encasillarla en una sola idea. Nadie sabe a qué se dedica, pero todos notan la paz que emana de su ser.
Es una mujer que ha cruzado el umbral de los 35 años. Y aunque la sociedad dice que en esa etapa las mujeres comienzan a perderse, ella está más viva que nunca. La sociedad grita a través de las redes, las revistas y las conversaciones cotidianas que hay que ser siempre joven, siempre perfecta, siempre en lucha contra el paso del tiempo. Pero ella no se deja arrastrar por ese canto de sirena. Sabe que el tiempo es solo un concepto, que cada línea en su rostro es un mapa de los momentos vividos, las risas compartidas, las noches solitarias que la enseñaron a estar consigo misma.
Ya no corre tras la idea de ser “más”. Más delgada, más exitosa, más agradable, más visible. En su lugar, ha aprendido a ser. Simplemente, a ser ella misma, con todo lo que eso implica: las imperfecciones, los sueños que aún no se han cumplido, los amores que no llegaron, las pérdidas que la hicieron más fuerte.
Ella es consciente de sus miedos. No los ignora, no los oculta bajo capas de maquillaje o de palabras vacías. Los ve de frente y se siente orgullosa de haber aprendido a convivir con ellos. La ansiedad, el temor al juicio, la presión por no cumplir con expectativas ajenas… todo eso es parte de su ser, pero ya no lo deja gobernar su vida.
La mujer del futuro sabe que su tiempo es limitado, pero en lugar de obsesionarse con lo que no ha hecho, se entrega con gratitud a lo que está viviendo en este preciso instante. Porque el futuro, ese que tanto le solían vender, es solo un espejismo. Lo único real es el presente. Y ella se ha hecho amiga de este presente, abrazándolo con cada respiración.
El espejo ya no le dictamina cómo debe sentirse. Se mira y ve una mujer que ha aprendido a quererse en todas sus facetas: la joven temerosa que un día fue, la madre que alguna vez imaginó ser, la amiga que sabe estar, la amante que ha aprendido a disfrutar del amor propio. Ve una mujer completa, aunque en su mente todavía resuenen las dudas: ¿será suciente lo que ha hecho? ¿Serán suficientes sus decisiones?
Pero ha llegado a un acuerdo consigo misma. No hay respuestas denitivas, solo momentos de calma y claridad. No hay un destino único, solo un camino lleno de bifurcaciones que la invitan a explorar, sin presión, sin juicio.
En su corazón, sabe que el verdadero reto no es alcanzar un ideal de perfección, sino aprender a vivir con todo lo que trae la vida: lo bueno, lo malo y lo impredecible. Y mientras da pasos rmes sobre elasfalto caliente, sonríe porque nalmente entiende: la vida no se mide por lo que hemos logrado, sino por cómo hemos aprendido a estar presentes en ella, tal como somos, en cada etapa.
Es la mujer del futuro. Y está aquí, ahora, en su mejor versión. La versión que decide vivir con plena consciencia, sin arrepentimientos ni preocupaciones, con la certeza de que ha encontrado la única clave que realmente importa: estar aquí, estar viva.
